Junto con los condicionantes del ahorro y atajar con mejor posición la crisis, imperan también cada vez con mayor ímpetu los del ahorro, la eficiencia y el menor impacto ambiental
La crisis ha traído nuevas formas de pensamiento y actitud ante el consumo y el ahorro. Todos queremos pagar menos en nuestras facturas domésticas y lograr además que los servicios no se resientan. También cada vez más, exigimos una mayor conciencia respecto a la protección ambiental y la eficiencia energética. Aquí traemos algunas propuestas que demuestran la importancia que puede llegar a tener nuestra contribución personal. La eficiencia energética no es la simple búsqueda de energías limpias, sino lograr sistemas cerrados que consuman la menor cantidad posible de energía, o que la que consuman lo hagan de manera eficaz. Se trata, en definitiva, de que no haya pérdidas inútiles que terminemos pagando de nuestros bolsillos.
La economía doméstica tiene una serie de gastos fijos que se suceden todos los meses y que, en determinados momentos del año, suelen tener un impacto importante en nuestras cuentas bancarias, sobre todo si hay préstamos o créditos implicados. Estos gastos fijos son los del gas, la luz, el agua o la telefonía. En algunos casos, como los del gas o el gasóleo, el impacto sobre nuestras resentidas economías se deja notar con mayor fuerza en los meses de invierno, como los que acabamos de pasar.
Sin embargo, junto con los condicionantes del ahorro y atajar con mejor posición la crisis, imperan también cada vez con mayor ímpetu los del ahorro, la eficiencia y el menor impacto ambiental, tendentes a reducir los crecientes problemas que tiene el planeta Tierra en relación directa con el crecimiento exponencial del proceso industrializador.
La eficiencia energética no es la simple búsqueda de energías limpias, sino lograr sistemas cerrados que consuman la menor cantidad posible de energía, o que la que consuman lo hagan de manera eficaz. Se trata, en definitiva, de que no haya pérdidas inútiles. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos creó en 1992 el programa "Energy Star", que homologa la eficiencia de diversos productos y equipos. Uno de los más conocidos es el de las pantallas eficientes para PCs, puesto que muchas de ellas se importan a Europa con una pegatina que les identifica como eficientes o “de bajo” consumo. Más recientemente, la agencia también ha designado edificios con Energy Star, y en el mundo existen otras agencias sin ánimo de lucro que promueven diferentes aspectos de la eficiencia energética. Un ejemplo es la Alianza para el Ahorro de Energía (ASE, Alliance to Save Energy), con sede en los Estados Unidos pero que apoya a programas para aumentar la eficiencia energética en países de Europa del Este y China. En España el IDAE (Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía) es el organismo adscrito al Ministerio de Industria, Energía y Turismo, que contribuye a la mejora de la eficiencia energética, energías renovables y otras tecnologías bajas en carbono y todos los países de la UE tienen organismos semejantes.
A veces, la utilidad de la acción individual nos parece alejada de los problemas reales que padece el medio ambiente a escala planetaria. Pero la historia nos ha dejado otros ejemplos. La combustión de cada una de las calderas de Londres en 1890 provocaba su característico smog, y la explosión de los motores de nuestros actuales coches es lo que acentúa la gravedad de la contaminación ambiental de nuestras capitales o la destrucción de la capa de ozono. La suma de muchos miles o millones del mismo tipo de acciones por cada uno de nosotros es lo que conduce, por ejemplo, a que desaparecieran los mamuts –en este caso por la caza sistémica- o, en nuestros tiempos actuales, descienda la procreación de las abejas, con consecuencias catastróficas tanto para la Humanidad como para todo el Planeta viviente en los procesos de polinización.
Pensar globalmente y actuar localmente continúa siendo una de las mejores opciones para cuidar el entorno y favorecer sistemas de eficiencia energética y cada una de nuestras modestas aportaciones tiene su efecto directo sobre nuestro entorno, como puede ser ahorrar energía eligiendo bien los electrodomésticos.
Cuando enchufamos un secador o encendemos la calefacción, ponemos en marcha un costosísimo mecanismo energético que se secuencia desde que se selecciona la fuente energética, hasta que llega al enchufe de nuestro domicilio, pasando por un complejo proceso de producción y transformación que adecúa la energía eléctrica –o cualquiera otra- a la mejor conveniencia de nuestros aparatos domésticos o profesionales.
Idénticamente ocurre con la energía que usamos en nuestros modos de desplazamiento públicos o privados –motos, coches, trenes, metro…-, para ir a trabajar, para el ocio o para las vacaciones. El gasóleo no es igual que la gasolina, o los motores híbridos no son igual que los eléctricos. Los efectos que cada una de nuestras elecciones pueda producir, es diferente en cada caso. Según el Observatorio Cetelem del Automóvil 2014 presentado el pasado 27 de marzo, el 25% de los europeos y el 39% de los españoles, declara que su próximo coche tendrá un motor híbrido.
¿Qué puede hacer el consumidor consciente para que la Sociedad sea más eficaz, desde el punto de vista energético?
Para poder actuar hay que ser verdaderamente consciente de nuestras potencialidades. Por ejemplo, 20º o 22º de temperatura son correctos para la mayoría de las personas. Por cada grado de temperatura que aumentamos en nuestra casa u oficina en invierno, incrementamos el consumo de energía aproximadamente un 7%.
Y las primeras medidas que podamos adoptar pasan por ser muy sencillas y altamente eficaces. El efecto lo percibiremos los primeros nosotros mismos en nuestras diversas facturas energéticas, que suele incluir una gran pluralidad de energías distintas: electricidad, gas natural o gasóleos. Debemos mantener bien aisladas nuestras posibles fugas: utilizar siliconas o masillas para tapar rendijas en ventanas, puertas y cerramientos y disminuir infiltraciones de aire en las puertas y ventanas o dejar bien cerradas las chimeneas cuando no se usen. Revisar nuestras instalaciones supone una anticipación ante posibles fallos futuros que pueden suponer un fuerte impacto en la economía de nuestro hogar. Hoy sabemos que las medidas encaminadas a reducir la demanda energética han demostrado ser muy rentables y eficaces, y más inmediatas que las encaminadas a aumentar la eficiencia de las instalaciones, puesto que requieren inversiones que se rentabilizan con el paso del tiempo, quizás años.
No solamente nos veremos beneficiados nosotros de la aplicación de esta nueva mentalidad menos consumista y derrochadora, sino las generaciones futuras. Debemos comenzar a actuar ahora, puesto que sabemos que lo que hacemos tiene consecuencias sobre nuestro entorno. Que la actual crisis nos haya servido para una recapacitación forzosa es un buen motivo para que comencemos a tenerlo en cuenta para el futuro inmediato.
Fuente: elmundofinanciero.com (ver noticia)
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